Drama en la pequeña empresa

Neli Espinosa hace un silencio reflexivo y a continuación libera su pensamiento: «¿Abrir un negocio? No se lo recomiendo a nadie». Ella es propietaria de una librería en Guanarteme y solo es un ejemplo del estado de indignación de los pequeños empresarios, ahogados en impuestos y gastos ordinarios.

El pequeño comerciante está contra las cuerdas. Hay una radiografía sectorial mancomunada de la raíz de sus males, una lista de problemas interminables ante la cantidad de impedimentos a los que se enfrentan: impuestos, gastos ordinarios, Seguridad Social, la apertura los siete días de la semana de las grandes superficies…

Caminar por las zonas comerciales de La Isleta o algunos lados de Siete Palmas puede parecer un erial de película futurista, un mosaico de persianas bajadas para no volver a levantarse.

Estos comerciantes son casi héroes de un tiempo agresivo para los que deciden apostar por su propio negocio. «No hay nada como tener un salario fijo a final de mes trabajando por cuenta ajena. Menos problemas económicos y menos quebraderos de cabeza», asegura una comerciante de la calle de Secretario Padilla. Hay menos demanda pero una feroz competencia. La liberalización de horarios, tolerante con el empuje de las grandes superficies, es el golem para los propietarios de pequeñas tiendas. Se sienten arrinconados y desprotegidos ante la avaricia del sistema. «Esto es un infierno. Nosotros abrimos los siete días de la semana, pero con los hipermercados de la zona haciendo lo mismo no nos queda nada para nosotros», comenta Rafael Viera, propietario de un comercio en la calle de Juan Rejón.

Las superficies menores son el sector que más golpes se ha recibido en los años en los que la crisis económica ha reaparecido con una voraz destrucción de empresas, llevándose por delante más de 200.000.

Este hecho ha llevado a los empresarios a tener entre manos negocios unifamiliares. La pequeña empresa, excesivamente gravada por impuestos –«Nos están ahogando»– es hoy en día prácticamente incapaz de generar empleo, dados los costes que tendría para ellos afrontar la Seguridad Social.

Todo ello añadido a la retroalimentación de un mercado recesivo. Cada vez se vende menos, la gente compra poco, por lo que encima que tenemos que afrontar una lista interminable de gastos tampoco generamos muchos ingresos», subrayan.

El pequeño empresario, como parte de un colectivo, es un hombre indignado. Aferrado a su negocio como único soporte vital de su familia. Y, además, desamparado ante lo que entiende un abuso por parte de las instituciones públicas.

FUENTE: CANARIAS 7.ES