El envejecimiento (menos nacimientos y mayor longevidad) está ya teniendo importantes efectos macroeconómicos. Se ensancha la desigualdad y se ralentiza la productividad
Las consecuencias del envejecimiento sobre la economía comienzan a ser cada más evidentes. Y no solo sobre la sostenibilidad del sistema público de pensiones, que es la cara más visible por el aumento del número de jubilados.
El servicio de estudios de Mapfre ha elaborado un informe en el que alerta sobre sus efectos en cuatro campos: el consumo privado (menor propensión al gasto por razones de edad); el ahorro (no se canaliza a través de los mercados de capitales); la inversión (con un sesgo muy diferente al que se registra ahora), y el gasto público, que tenderá a crecer de forma significativa, principalmente en los países desarrollados, para atender las necesidades de poblaciones muy envejecidas. Según sus cálculos, la suma del coste de las pensiones y en salud representa ya hoy en día entre un tercio y la mitad del gasto público total primario en los países de la OCDE.
Su conclusión es que, a largo plazo, tanto la productividad como el potencial de aumento del PIB se verán afectados negativamente por el envejecimiento. En concreto, según sus estimaciones, la actual transición demográfica (una vez que se han agotado los dividendos del ‘baby boom’ de los años cincuenta y sesenta) puede explicar algunos de patrones actuales de crecimiento: estancamiento secular, interdependencia financiera global por los enormes capitales acumulados, incremento de la desigualdad salarial y dudas sobre la viabilidad de los sistemas fiscales y de capitalización.
Además de una ralentización de la productividad que incentiva la salida del mercado de trabajo, junto a una reducción de la población activa y de la tasa de empleo. Es decir, que como la productividad es muy baja, también los salarios lo son, lo que hace que haya muy poca diferencia con la pensión, lo que incentiva la salida del mercado de trabajo a través de prejubilaciones o jubilaciones anticipadas. Por lo tanto, al reducirse el tamaño de la mano de obra, lo que se provoca es un ‘efecto stock’, que consiste en que cada vez es menos necesario capital, por lo que se restringe la inversión y se reduce, por ende, el potencial de crecimiento. Como asegura el estudio, “el exceso de capital reduce la rentabilidad esperada”.
En el caso de la desigualdad, lo que destaca el estudio es que tenderá a ensancharse porque las rentas salariales de la población joven con mayor cualificación crecerán “muy por encima de la revalorización de las pensiones”. Algo que afecta, sobre todo, a lo que el estudio llama población joven “educada”.
Dos extremos: Japón y África
La clave de bóveda del problema tiene que ver, lógicamente, con una doble realidad: menos nacimientos y mayor longevidad, lo que llevará a Europa Occidental a registrar unas tasas de dependencia solo superadas (negativamente) por Japón. En concreto, ya este año, el ratio medio se sitúa en 2,8 personas con edades comprendidas entre 20 y 64 años por cada persona que alcanza la edad de 65 años. Japón presentará en 2019 el menor ratio a nivel mundial, con dos personas en edad de trabajar por cada persona que alcanza la edad de 65 años, mientras que los mayores ratios (más natalidad y menos longevidad) se encuentran en África (Nigeria 15,7; Etiopía 12,7) y en Oriente Medio.
Según Gonzalo de Cadenas, director de análisis macroeconómico de Mapfre, el ‘estancamiento secular’, el viejo concepto acuñado en los años treinta y rescatado hace algunos años por Larry Summers, provocará, ya lo está haciendo, una caída los tipos de interés naturales a largo plazo de la economía, lo cual producirá distorsiones significativas, ya que la rentabilidad de las inversiones tenderá a ser menor, lo que amenaza con una depresión del precio de los activos locales.
Ladrillo y oro
Pero es que, además, el exceso de capital (ante las menores necesidades de una población envejecida) provocará un exceso de ahorro que, sin embargo, no se canalizará a través de los mercados de capitales organizados, sino que se destinará a la adquisición de activos de menor riesgo, como el ladrillo o el oro, lo que a su vez provocará nuevos descensos de los tipos de interés.
Y si no se canaliza el ahorro, el resultado es claro: hay menos recursos para invertir, lo que obliga a los bancos centrales a ser más laxos en sus políticas monetarias, aumentando la oferta de liquidez.
El problema es mayor para países como España, donde el ahorro se ha hundido a niveles desconocidos en décadas, lo que hace depender la economía de capitales foráneos, al contrario de lo que sucede en Japón, con un nivel de autosuficiencia financiera que le permite costear su enorme endeudamiento público. En España, por el contrario, la falta de ahorro suficiente para financiar el crecimiento económico llevó a que el déficit por cuenta corriente alcanzara el 10% del PIB en 2008, lo cual intensificó la recesión.
De Cadenas recuerda que está algo más que demostrado que la propensión marginal al consumo es menor entre las poblaciones de mayor edad. Algo que ya es evidente en países como Alemania —con serias dificultades para ser la locomotora de Europa— y Japón, donde el ahorro es “descomunal”. Pero, por el contrario, el gasto público tiende a crecer de forma intensa. En 2016, según el informe, en torno al 30,8% del gasto sanitario total fue realizado por personas mayores de 70 años. Este porcentaje se eleva al 58,6% si se considera el gasto sanitario total de las personas mayores de 65 años.